Gaceta de Salamanca – Julián Ballesteros
- 28/03/2013
- Los culpables están aquí
LA ruina de
Caja Duero y Caja España tiene padres. La senda hacia la quiebra de ambas
entidades no se fraguó en el limbo de la burbuja inmobiliaria, no fue el
resultado de la coyuntura adversa ni la consecuencia inevitable de una serie de
catastróficas desdichas.
No. Hay
responsables directos e identificables del enorme agujero negro que ahora se
traduce en unas pérdidas astronómicas en el ejercicio 2012, nada menos que
2.557 millones de euros, más de 425.000 millones de las antiguas pesetas, o lo
que es lo mismo, más de lo que han ganado juntas ambas cajas en sus mejores épocas.
La
información que hoy publica LA GACETA
y que fue facilitada el martes pasado a los miembros del Consejo de
Administración de la unificada (qué revelador de vergüenzas es a veces el
silencio colectivo) pone negro sobre blanco lo que muchos presumíamos desde
hace años: que fue la nefasta gestión de dos ‘indigentes financieros’ lo que
permitió la firma de operaciones temerarias con una política crediticia suicida
para las entidades, pero muy rentable para sus promotores.
En cantidad,
los fiascos de Caja España casi duplican a los de Caja Duero, según fuentes
confidenciales, porque tanto la
Junta como los promotores de la fusión en el Banco de España
y los firmantes del matrimonio han tenido la precaución de no desvelarlo nunca,
para evitar la sublevación de los salmantinos ante un pacto en el que salían
perdiendo pese a ser más fuertes.
Una buena
parte de esos 6.343 millones de fallidos, créditos a insolventes sin garantías
e inversiones en empresas abonadas a las pérdidas que ahora destapa este diario
corresponde a Caja España en los tiempos gloriosos del empresario leonés Santos
Llamas, un abonado a la ruina en sus empresas particulares que llevó el
catecismo del fracaso a la marca del toro. Sin embargo, al no haberse
autonombrado presidente ejecutivo y haber dejado el día a día en manos de sus
directores generales, su responsabilidad no alcanza el nivel del médico
salmantino Julio Fermoso en el hundimiento de la marca del río. La línea que
marca la marcha de Sebastián Battaner y el aterrizaje de Fermoso señala la
frontera entre la solvencia y la decadencia, la prudencia y la temeridad, el
tino y el desatino.
No hay más
que mirar los gráficos que aporta hoy este periódico para comprobar sin ningún
tipo de desviación cómo todos los fabulosos ‘marrones’ que ahora lastran las
cuentas de Caja Duero fueron gestados en aquellos tiempos en los que un médico
se instaló en la presidencia ejecutiva, apartando a los profesionales de las
finanzas e instaurando su instinto y sus amistades como criterio supremo para
embarcar a la entidad en las más ruinosas de las aventuras por tierra (El
Pocero), mar (El Caribe) y aire (Air Nostrum).
Quienes le
auparon con su voto en el Consejo de Administración al pedestal de primer
ejecutivo de la Caja
deberían sufrir al menos un profundo remordimiento de conciencia, si es que les
queda algo de eso. Todavía deberían estarse preguntando en su fuero interno con
qué argumentos les convencieron de que un neurólogo tenía la formación adecuada
para pilotar un barco de gran calado,
lustroso y lujoso, como era entonces Caja Duero. A no ser que estuvieran todos locos
y confiaran en él para curar sus paranoias.
La mayoría
de ellos, junto a los Fermosos, Llamas, Mesoneros, Raquetas y Cía han saltado
por la ventana justo cuando el piso se hundía. Y viven felices mientras los
trabajadores y los suscriptores de acciones preferentes se disponen a pagar sus
facturas, junto a todos los españoles que pagamos el FROB y sus rescates.
Porque
también fue en los tiempos de Fermoso y Llamas cuando se vendieron esos 412
millones de euros en productos de altísimo riesgo, en los que están atrapados 16.000
castellanos y leoneses. Si los afectados quieren encontrar culpables, tendrán
que rastrear en el pasado no tan lejano.
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